por Catherine H. Anwandter, C.S.B., de Santiago, Chile
Miembro del Cuerpo de Conferenciantes de La
Iglesia Madre,
La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en
Boston, Massachusetts, E.U.A.
La conferenciante dijo lo siguiente:
Hace algunos años mi esposo y yo estábamos
preparándonos para salir de vacaciones, pero ese día mi esposo no parecía el
mismo. Estaba nervioso e irritable pensando en todo lo que tenía que hacer para
dejar su trabajo y sus cosas en orden. Para colmo, aquella noche encontró a un
vagabundo durmiendo en la entrada de nuestra casa. Mi esposo se disgustó
muchísimo con el hombre y lo reprendió. En medio de la discusión a mi esposo se
le cayó la llave de la casa y el hombre la recogió de inmediato y no quiso
devolverla, alegando que no la tenía. Se puso tan insolente que tuvimos que
llamar a la policía y se lo llevaron asegurándonos que nos devolverían la llave
si se la encontraban al registrarlo. Pero pasaron las horas y las horas y la
llave no llegó. Si salíamos temprano al día siguiente sin haberla recuperado,
la casa estaría expuesta a que entrara en ella un extraño.
Analizando la situación, me di cuenta de que
este incidente había sucedido a causa de nuestra propia irritabilidad, de
nuestro propio apuro e impaciencia. Yo estaba segura, sin embargo, de que
recuperaríamos la llave si corregíamos nuestros propios pensamientos y
sentimientos; si los reemplazábamos por sentimientos de gratitud por todo el
bien que teníamos y si expresábamos más amor por este hombre. Entonces
podríamos confiar en Dios para saber cómo resolver el problema lo mejor posible
para todos. Hicimos un sincero esfuerzo por cambiar nuestro modo de pensar, de
un estado de nerviosidad y confusión al de un sentido de orden y confianza en
la dirección de Dios.
Al día siguiente, muy temprano, mi esposo fue a
la policía en un último intento de recuperar la llave antes de irnos de viaje.
Pero la policía insistió rotundamente en que habían registrado minuciosamente
al hombre y no le habían encontrado la llave y que pronto lo pondrían en
libertad. Pero mi esposo les rogó que lo dejaran hablar una vez más con el
hombre. Cuando finalmente lo dejaron entrar y el hombre divisó a mi esposo,
corrió a su encuentro y con un amistoso ademán le dijo: "Patroncito, Ud.
viene a buscar su llave, ¿no es cierto?
La policía no me la encontró cuando me registraron porque me la escondí en el
zapato. ¡Pero aquí la
tiene!"
¡Qué cambio más radical se efectuó en este
hombre al responder a la ley del Amor! ¡Qué sencillo fue! Para mí esto tiene un
significado simbólico. Me parece que ilustra cómo cualquier pensamiento
erróneo, de cualquier índole que sea, puede perturbar nuestra experiencia, y
que la verdadera llave para obtener armonía y satisfacción consiste en reconocer
y expresar nuestra identidad derivada de Dios. Así desplazamos del pensamiento
el error que produce la discordancia — y el ritmo de nuestras vidas vuelve a su
normalidad.
A veces
nos inclinamos a culpar a otros por nuestro propio descontento. O bien nos
lamentamos diciendo: "¡Ay, si sólo pudiera conseguir esto que quiero
estaría contento!" Más, si lo conseguimos, no nos satisface si no ha
habido un cambio en nuestra manera de pensar y entonces vemos que lo único que
hemos obtenido son nuevos motivos para más quejas y descontento.
Éste es el rodar sin fin de los deseos humanos
con sus desilusiones. Representa nuestra búsqueda incesante por hallar
satisfacción en la vida. Detrás de esta búsqueda, sin embargo, hay un deseo de
encontrar valores más duraderos que nos den satisfacción verdadera y continua.
La llave de esta búsqueda es nuestra identidad espiritual.
Todos conocemos la historia de aquel que sabía esto tan bien — Cristo Jesús. Él sabía quién era, que era el hijo de Dios, y sabía lo que tenía que hacer para reflejar al Padre. Y lo hizo con amor. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana dice acerca de Jesús en su obra La unidad del bien: "Para él, la individualidad y la Vida eran reales únicamente como espirituales y buenas, no como materiales o malas" (pág. 46). ¡Cómo espirituales y buenas! ¡Esto era individualidad y vida para él! ¿Podrá ser ésta la llave que necesitamos en nuestra búsqueda incesante por satisfacción? ¿Podrá esta manera de ver la identidad como espiritual y buena abrirnos la puerta de la verdadera satisfacción? Consideremos, entonces, qué es en realidad la identidad verdadera.
Generalmente
pensamos en nuestra identidad más bien en términos materiales, o sea, como
identidad física o personalidad humana. Posiblemente en algo parecido a una
tarjeta de identidad. En mi país todo el mundo tiene que llevar consigo tal
tarjeta. La mía, al igual que todas las demás, lleva mi nombre, lugar de
nacimiento, edad, nacionalidad y dirección. También lleva mis impresiones
digitales y una fotografía que, bueno, no quisiera que nadie viera. Y esto soy
yo en lo que a la policía, los bancos y las autoridades civiles concierne.
¡Pero yo no estoy satisfecha de que esto sea realmente yo! ¡Y ustedes en mi
lugar tampoco lo estarían!
Naturalmente hay también otros medios para
identificarnos. Nuestros vecinos, por ejemplo, pueden identificarnos según
nuestra apariencia física. Pueden pensar que somos ricos o pobres, jóvenes o
viejos, sanos o enfermos, amistosos o huraños. Nuestro estado o posición en la
sociedad también puede constituir un medio para que se nos identifique. ¿Cuánto
dinero tenemos? ¿Dónde vivimos? ¿Qué educación hemos recibido?
Identificar a la gente por medio de
comparaciones nunca puede ser satisfactorio. Siempre hay alguien que parece
tener más que el otro o ser más atrayente o más afortunado. Y aun cuando
alcanzáramos lo más y mejor a que podemos aspirar, ello de por sí no sería
suficiente para proporcionarnos satisfacción verdadera. A esta conclusión llegó
el rey Salomón. La Biblia nos dice que hizo grandes obras, que amontonó también
"plata y oro y tesoros preciados de reyes" y que llegó a ser más
grande que todos los que le antecedieron en Jerusalén . . . "y he aquí,
todo era vanidad" — ¡nada! (Eclesiastés 2:1-11). En realidad tenemos que
aceptar su conclusión.
Por lo tanto, no deberíamos identificamos a
nosotros mismos ni identificar a los demás, según las posesiones materiales,
las apariencias físicas o la personalidad humana que se tenga. Las apariencias
exteriores a menudo cambian. Además también pueden ocurrir cambios más amplios.
Miremos tan solo a nuestra vida en general. Algunos de los conceptos básicos
que teníamos en el pasado acerca de nuestras naciones y de nuestra vida de hogar,
están cambiando.
Debido a estos cambios, las creencias y ceremonias de amadas religiones tradicionales puede que aún aporten consuelo, pero es posible que no puedan responder satisfactoriamente a la pregunta "¿Qué soy?" Decir que el hombre es un mortal material poseedor de dinero y talentos en mayor o menor medida, que es una personalidad humana con una mezcla de cualidades buenas y malas — todo lo cual está sujeto a cambios e inseguridad — no es, por cierto, una respuesta satisfactoria. Tal identificación no puede proporcionar satisfacción verdadera porque no se basa en valores que perduran.
¿Dónde, entonces, buscar la identificación
verdadera si no se encuentra en la materia? Quisiera contestar esta pregunta basándome
en mi propia experiencia de hace muchos años.
Tenía principios de tuberculosis y sufría a
causa de un accidente en la rodilla. Todos los tratamientos médicos que pude
hallar no me sirvieron de nada. Me dejaron, por el contrario, más débil que nunca
y sin poder caminar.
Llegado a este punto, la vida me parecía estar
llena de contradicciones y no veía razón para vivir. Tenía un morboso deseo de
morir para terminar con una vida que yo consideraba una farsa. Las
explicaciones de la teología tradicional no me traían ningún consuelo. Me preguntaba
cómo había podido Dios, como Padre bondadoso y justo, castigar a Su amado Hijo
por los pecados del mundo. ¿Cómo podía un Dios que es Amor omnipotente, imponer
enfermedades y sufrimiento a la humanidad? ¿Cómo podía Dios permitir las
injusticias, los crímenes y las guerras en el mundo? No pude hallar respuestas
satisfactorias.
Entonces, después de pasar meses en cama, conocí
la Christian Science (que quiere decir Ciencia Cristiana, y que es el
nombre que Mrs. Eddy dio a su descubrimiento). Lo
que sucedió después fue el resultado directo de la iluminación que vino a mi
pensamiento. En la Ciencia Cristiana encontré un nuevo sentido de la vida que
me parecía plenamente satisfactorio, o sea, la comprensión de la verdadera
identidad del hombre como hijo de Dios. Comencé a ver la identidad como la
expresión constante de la naturaleza de Dios y de las fuerzas espirituales del
bien. Esto me reveló la idea verdadera del ser. Las verdades espirituales que
comencé a vislumbrar cambiaron totalmente mi manera de pensar. Disolvieron mi
hondo descontento. Me sentí sostenida y fortalecida. Y en pocos días sané
completamente. Pude caminar como antes y los síntomas de tuberculosis
desaparecieron por completo.
Pero lo que es más, hallé la respuesta a mi
pregunta: ¿Qué soy? La respuesta me dio la llave de un nuevo propósito para la
existencia; un propósito de expresar la plenitud del ser espiritual que
realmente satisface. Permítanme que me extienda un poco más y les diga que mi
interés por la Ciencia Cristiana me llevó
inmediato al estudio de la obra mayor de Mary Baker Eddy, Ciencia y
Salud con Clave de las Escrituras, y este libro abrió la Biblia para mí.
Comencé a leerla y a gozar de sus mensajes maravillosos como nunca antes lo había
hecho.
Desde un principio la Biblia dice que Dios creó
al hombre a Su propia imagen y semejanza. Declara también que Dios es Espíritu,
Amor, Vida — enteramente bueno, omnipresente y omnipotente. Pude ver entonces
que el hombre, como imagen del Espíritu, tiene que ser enteramente espiritual y
que, como semejanza del bien, tiene que expresar solamente el bien.
Con el estudio de las enseñanzas de Jesús, pude ampliar mi nueva comprensión del hombre. Jesús claramente declaró que él era el Hijo de Dios y se refería a sí mismo como uno con Dios, y nos enseñó a orar a Dios como a nuestro Padre. Comencé a pensar en esta unidad del Padre y el hijo, de Dios y el hombre, en términos del sol con sus rayos. Así como el rayo jamás está separado del sol sino que siempre expresa la luz, el calor y la fuerza del sol, así el hombre, comprendido espiritualmente como la expresión de Dios, no está nunca separado de Dios. Tiene siempre su propia identidad e individualidad, pero éstas son espirituales y buenas porque expresan la naturaleza, cualidades y poder de Dios.
En los meses siguientes la oración tuvo para mí
un nuevo significado. En vez de ser solamente una repetición de ciertas
palabras o una súplica ferviente a un Dios distante, vino a ser el modo
familiar de comunicarme con el Padre, de comprender Su voluntad y de confiar en
Su cuidado.
Se podría decir que nací de nuevo. Nací en el
sentido de despertar a una nueva identidad, a un nuevo sentido del
"yo". Ya no hubo ese sentido humano de ser una persona llena de
contradicciones, de esperanzas y temores, de angustias y goces humanos. La
verdad espiritual del ser amanecía en mi consciencia.
El estudio más profundo de la Biblia y de Ciencia
y Salud también me enseñó la diferencia tan importante que existe entre
Adán, o sea el concepto material del hombre, y el Cristo, la idea divina del
ser. La historia de Adán muestra al hombre como caído de la gracia en el pecado
y en el sufrimiento. En lugar de escuchar la voz de Dios, se supone que respondió
a la sugestión de que era un ser físico, y se consideró a sí mismo una entidad
física en lugar de una consciencia espiritual e inmortal. Pero, en cambio,
nosotros entendemos que el Cristo es la verdad acerca de la identidad
espiritual, la verdadera idea del hombre como hijo de Dios. Y debido a que
Jesús vivió y demostró esta verdadera identidad, esta filiación divina, de
manera tan completa, lo llamamos Cristo Jesús o Jesús, el Cristo.
Cristo, entonces es un nombre no sólo para el
hombre Jesús sino para la Verdad eterna, el mensaje divino que Jesús trajo a
los hombres. Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 316): "El
Cristo representa al hombre indestructible, a quien el Espíritu crea,
constituye y gobierna". Comprendí, entonces, que este hombre indestructible
era una descripción de mi verdadera identidad. En la realidad espiritual todos
somos la creación indestructible del Espíritu, Dios. El Cristo restituye a los
hombres la verdad de su ser, la verdad de que son expresiones individuales de
Dios, totalmente espirituales y totalmente buenas. Esta verdad de que el hombre
es la expresión plena e individual de Dios, es la llave para la realización y
satisfacción de todos los hombres.
Comprendí, también, que Dios no castiga al
hombre ni le causa sufrimiento porque Dios es Amor divino, invariable y
supremamente justo, y que siempre nos está impartiendo todo lo bueno tanto a
nosotros como a toda la creación. Empecé a comprender que el sufrimiento y las
injusticias en el mundo son causados por identificarnos con el hombre Adán, por
pensamientos materiales, motivos egoístas y malévolos, y creencias ignorantes
que en la Ciencia Cristiana se denominan "mente mortal".
Esta supuesta mente está del todo separada de
la Mente divina, Dios, y se opone a Dios. Reproduce los cuadros o imágenes de
enfermedad, odio y temor, y luego, con ignorancia o malicia, culpa a Dios de
ser el causante de estas condiciones erróneas. Me convencí de que tenía que
abandonar esta mente mortal con su concepto adámico acerca del hombre, y
reemplazarla con la idea del Cristo.
Empecé a afirmar mi comprensión espiritual
acerca del hombre como reflejo de Dios, dotado de la substancia, cualidades y
fuerzas espirituales de Dios. Aprendí que las leyes invariables de Dios, el bien,
reprenden el egoísmo y el sufrimiento causados por la inmoralidad, la falta de
honradez y las contiendas entre los mortales. Comprendí que estos estados de
pensamiento mortal sin Dios ni ley, se anulan con la ley siempre activa de
Dios.
Empecé a ver que todas las cualidades divinas
son permanentes y están siempre al alcance de todos porque pertenecen a Dios,
la fuente de nuestro ser. A medida que reflejamos estas cualidades, dejamos que
la luz del Cristo — la luz de la presencia y del poder de Dios — ilumine
nuestras vidas y disipe constantemente la oscuridad del concepto adámico, o
sea, del sentido material del ser.
Esta comprensión de nuestra identidad
espiritual nos libera de las debilidades y limitaciones derivadas del concepto
físico y personal del ser. Nos sana y nos consuela. Satisface nuestro anhelo
por algo más alto y mejor de lo que se encuentra en las normas humanas de vida
y en las creencias materiales acerca de Dios y del hombre. Ahora verán por qué
junto con obtener mi curación obtuve también una verdadera razón para seguir
viviendo, una razón para vivir.
Mrs. Eddy contesta la pregunta: "¿Qué
soy?", en estas palabras: "Soy capaz de impartir verdad, salud y
felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia" (The
First Church of Christ, Scientist, and Miscellany — La Primera Iglesia de
Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 165).
De esta manera la Ciencia Cristiana le da a la humanidad una comprensión científica y segura del Cristo. Revela de modo progresivo nuestra identidad espiritual que trasciende todas las apariencias materiales, y puede ser demostrada prácticamente en nuestra experiencia actual como salud, felicidad, belleza, inteligencia, bondad, pureza y rectitud moral.
No es suficiente, sin embargo, solamente saber
que nuestra verdadera identidad es espiritual. Si nuestro sentido correcto de
identidad ha de aportarnos satisfacción verdadera, tenemos que aprender a expresar
esta identidad verdadera lo mejor posible. Volvámonos entonces, nuevamente, al
ejemplo dado por Cristo Jesús.
Naturalmente hubieron otros antes de Jesús que
tuvieron una percepción de la identidad espiritual. Moisés, por ejemplo,
percibió que su verdadero ser estaba vinculado con el gran y buen Espíritu, con
el "YO SOY" que es Dios, y algunos hasta profetizaron el día en que
esta verdad del ser sería más ampliamente explicada, vivida y demostrada por
aquel que ellos denominaron Mesías o Cristo, el ungido de Dios.
Como dije anteriormente, cuando Jesús vino a
cumplir las profecías, su mensaje y sus acciones revelaron al Cristo como la
plena expresión del Espíritu infinito.
Jesús enserió y demostró este Cristo, la
Verdad, sanando a los enfermos, reformando a los pecadores y restaurando a la
vida a algunos que habían muerto o que estaban a punto de morir. Nos dio,
además, sencillas reglas espirituales para expresar nuestra identidad
espiritual. Cuando un abogado le preguntó qué era lo que debía hacer para
heredar la vida eterna, Jesús contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y
a tu prójimo como a ti mismo" (Lucas 10:27).
El Amor dirige nuestros pensamientos hacia la
gran fuente espiritual de todo bien — hacia nuestro Principio divino, Dios.
Este tornarse a Dios como a nuestro eterno Padre trae a nuestra consciencia la
presencia del bien y el poder del Amor divino. Los llamados milagros de los
profetas, de Jesús y de los primeros cristianos, se basan en este conocimiento
espiritual de la unidad del hombre con su Principio divino, el Amor. Este
reconocimiento satisface. Aporta a nuestra experiencia el poder del bien que
sana, ayuda y salva. Encontramos este gran hecho reiterado en la Biblia, desde
Moisés hasta el Apocalipsis. Si amamos a Dios y nos valemos de Su ley, el Amor
divino está con nosotros, en nuestros pensamientos y en nuestro modo de sentir.
Nos salva, nos guía y nos provee de todo lo bueno. Esta presencia salvadora de
Dios es el Cristo, la Verdad, la verdadera idea de Dios llamada a veces en la
Biblia, Emmanuel o Dios con nosotros. Toda revelación en la Biblia declara esta
verdad espiritual de Dios con nosotros, del Amor con nosotros. Ésta es
la llave para toda curación.
Cristo Jesús usó esta llave con resultados incomparables, pero él sabía que cada uno tiene que reconocerla y usarla por sí mismo. Por lo tanto, enseñó a sus seguidores a amarse los unos a los otros, a amar al prójimo como a sí mismo, y a amar a sus enemigos. En otras palabras, cada uno de nosotros debe ver a todos los hombres en su verdadera identidad como hijos de Dios. Si seguimos el ejemplo de Jesús de amar a Dios y de reconocer con todo amor la verdadera identidad de todos los hombres, habremos dado el primer paso para aprender a expresar nuestra propia identidad verdadera.
El segundo paso importante para expresar
nuestra identidad espiritual es valemos de la ley espiritual y científica, o
sea, la ley de Dios. Esto es posible gracias al descubrimiento de la Ciencia
Cristiana hecho por Mrs. Eddy. Este descubrimiento nos ha mostrado que Dios es
nuestra única Mente y que nuestra verdadera consciencia está siempre expresando
los pensamientos de esta Mente. Si reconocemos y aceptamos como nuestros estos
pensamientos bondadosos y sabios, ellos operan en nuestra consciencia como una
ley que disipa las proyecciones discordantes de la mente mortal, tal como la
luz disipa la oscuridad.
Mrs.
Eddy vislumbró este hecho primeramente cuando estudiaba la Biblia y lo puso a
prueba cuando se encontraba sufriendo de los efectos de un grave accidente. El
mensaje del Cristo despertó en su consciencia un sentido científico de
identidad, independiente de la materia, pero totalmente dependiente de Dios, el
Espíritu. Este sentido científico de su identidad corrigió la condición física
con las fuerzas espirituales de la Vida y del bien, y la restauró a un estado
normal de salud.
Mary Baker Eddy fue la primera persona que
percibió y comprendió plenamente la Ciencia, o sea, la ley espiritual en que se
basaban las enseñanzas y curaciones de Cristo Jesús. Mrs. Eddy comprendió la
idea básica — el Cristo, la Verdad — de que el hombre no es de ninguna manera
una creación material, sino que es enteramente espiritual, la expresión
viviente de la Mente, el Espíritu y el Amor divino, y que está gobernado por
las leyes de su Principio divino, el bien.
Con intuitiva certeza, Mrs. Eddy vio que el
razonamiento científico no puede partir de la premisa de la materia ignorante
sino que parte de la base de la Mente inteligente como la Causa primera y única
que comúnmente llamamos Dios. Al poner en práctica esta verdad en los años que
siguieron a su curación, Mrs. Eddy demostró su valor práctico con pruebas
inmediatas. Sanó, regeneró y salvó a hombres, mujeres y niños de condiciones
que no se habían podido remediar con medios materiales.
A fin de difundir esta Ciencia del Cristo tan
ampliamente como fuera posible, Mrs. Eddy escribió profusamente. Fundó también
la Iglesia de Cristo, Científico, que ahora cuenta con filiales en todo el
mundo. Finalmente estableció las publicaciones periódicas de la Ciencia
Cristiana, incluyendo el diario The Christian Science Monitor, que llega
al mundo entero.
Conocer la historia de la vida de Mrs. Eddy es interesante e inspirador, pero su gran obra es haber revelado al Cristo como la norma para una comprensión científica de la verdadera identidad del hombre, demostrable aquí y ahora en la experiencia humana. Esto quiere decir que podemos abandonar la manera limitada, personal y egoísta de pensar acerca de nosotros mismos, de nuestra vida e identidad y, en cambio, partir de la base de Dios como nuestra Mente siempre presente que lo gobierna todo mediante Sus leyes divinas de amor y sabiduría.
Resumiendo, los dos pasos esenciales para
expresar nuestra identidad espiritual son: primero, seguir el ejemplo lleno de
amor dado por Cristo Jesús, y segundo: valernos de la Ciencia, la ley
demostrable en la cual se basaban su vida y sus enseñanzas. Dar estos pasos
significa que cada uno tiene que comenzar su vida de nuevo, basada en el
Espíritu — algo parecido al nuevo nacimiento del cual les hablé al narrarles mi
curación.
Este nuevo nacimiento espiritual, o nuevo
comienzo, está claramente explicado en el relato de Jesús y Nicodemo. Ustedes
recordarán que Nicodemo era un fariseo de alto rango, un principal de los
judíos. Nicodemo vino de noche a ver a Jesús, posiblemente con la idea de que
sus respetables vecinos no lo vieran.
Nicodemo se dirigió respetuosamente a Jesús en
estas palabras: "Rabí, sabemos que has venido de Dios". Jesús
contestó: "El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios".
Nicodemo argumentó: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?" Jesús
explicó, entonces, que para nacer de nuevo hay que nacer del Espíritu. Comparó
el Espíritu con el viento "que sopla de donde quiere, y oyes su sonido;
mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va". Y luego añadió: "Así es
todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:2-8).
El Espíritu no se puede ver ni tocar —
solamente se siente — como el viento. Siempre se puede sentir el amor, la
bondad y la ternura del Espíritu. Nacer del Espíritu significa encontrar la
fuente real e inmortal de nuestro ser, nuestra fuente inteligente e inagotable;
significa saber que nuestra identidad es, sencillamente, la expresión natural
de esa fuente que es la Mente divina, Dios.
Durante mis muchos años de experiencia en la
Ciencia Cristiana, he visto cómo esta comprensión de la identidad espiritual
del hombre puede sanar toda clase de enfermedades y transformar el carácter
humano.
Conocí a una mujer de quien se podría decir que
experimentó este nuevo nacimiento cuando estaba llevando una vida inmoral. Su
conducta le causaba muchas angustias. Como esposa y madre se sentía avergonzada
e indigna. El temor, la frustración y el sufrimiento moral la ponían nerviosa y
de mal genio con su familia. Los niños peleaban y en el hogar había continuo
descontento.
Deseaba verdaderamente vencer la tentación y
buscó ayuda en diferentes religiones. Encontró que la confesión y el
arrepentimiento apenas si tocaban la superficie del problema.
Finalmente encontró la Ciencia Cristiana. En
lugar de la condenación y del sentido de culpabilidad habituales, descubrió que
podía reclamar su identidad otorgada por Dios y así nacer de nuevo. Su
verdadero sentido del ser como hija bien amada de Dios, alboreó en su
pensamiento. Esto la sanó y pudo terminar con la situación inmoral.
Esta mujer aprendió lo que es la libertad de
vivir para expresar a Dios, el bien. Los cargos que se hacía desaparecieron.
Realmente nació de nuevo. Percibió algo de la absoluta integridad de su ser
espiritual y comenzó a expresarla. Esto le dio un sentido de verdadera
satisfacción — de la satisfacción que perdura.
La verdad de la identidad es universal. Está al alcance de todos; no está limitada ni es humanamente personal. Así es que todos podemos cumplir con el mandato de Cristo de amar al prójimo como a nosotros mismos; todos podemos valernos de la ley del Cristo. Podemos hacer esto porque vemos que el Principio divino y único se expresa a sí mismo en cada uno de nosotros.
Ahora bien, todavía queda una pregunta importante:
¿Por qué el comprender y expresar nuestra identidad espiritual nos asegura satisfacción
verdadera? Porque nos capacita para hacer la voluntad de Dios. Y esto es lo que
realmente satisface. Cuando nos valemos de los pensamientos buenos y llenos de
Amor que emanan de la Mente divina y los ponemos en práctica en nuestras propias
vidas; cuando rechazamos las creencias engañosas de la voluntad humana y
buscamos la clara dirección de la voluntad divina, entonces demostramos en
cierta medida el verdadero ideal hombre — el nuevo hombre a la semejanza de
Dios. El ideal que Cristo Jesús ejemplificó y que la Ciencia Cristiana explica
científicamente.
Esta comprensión revela, en cierto grado, la razón
de nuestro ser y la verdad de nuestra existencia. Y esto nos satisface. Nos
satisface porque aumenta de continuo nuestra disposición y anhelo de volvernos
mentalmente de la creencia de un sentido de identidad limitado y mortal al
sentido más alto de identidad como hijos de Dios. Del mismo modo que mi esposo
y yo abandonamos voluntariamente los pensamientos perturbadores acerca del hombre
que se había llevado nuestra llave. Cuando reconocimos nuestra verdadera identidad
y también la de aquel hombre como hijos de Dios, recuperamos nuestra calma y
estuvimos seguros de que encontraríamos la solución correcta para el problema.
A medida que reconocemos y vivimos nuestra verdadera
identidad, cedemos a la voluntad de la Mente que es todo amor e inteligencia. Y
esto nos da un sentido de plenitud y de perfección como reflejo de Dios en
lugar de un sentido de limitación. Esto significa que abandonamos mentalmente
la creencia ignorante y material en un "yo" separado de Dios y la
reemplazamos con el hecho afirmado por Jesús de que el reino de Dios — la soberanía
del bien supremo e inteligente ---- está siempre dentro de nosotros, en nuestra
consciencia iluminada por Dios. Y es así como abandonamos un sentido de
descontento y soledad — un sentido mortal del ser y logramos la "mente de
Cristo," es decir, la consciencia del bien universal. Como resultado, nos
damos cuenta de que nunca estamos solos porque para cada uno de nosotros la ternura
del amor de Dios se manifiesta en nuestra experiencia de la manera en que expresa
la plenitud y perfección de nuestro ser. La satisfacción es, por lo tanto, un
estado mental que coincide con la realidad espiritual. Se encuentra solamente
mediante la iluminación espiritual del pensamiento. Se expresa humanamente en
todo lo que más plena y profundamente nos satisface aquí y ahora.
Conozco a un joven que sufría de extrema
timidez. Esto lo hacía confundirse en los momentos en que más se requería que
expresara inteligencia y capacidad. Después de cinco años de estudios
universitarios tuvo que rendir su último examen que era oral. A causa de su
timidez lo venció el temor y fracasó. Esto lo sumió en un estado de frustración
y desesperación. Fue entonces cuando conoció la Christian Science y
solicitó ayuda de una practicista de esta Ciencia. Aprendió que su verdadero
ser consistía en expresar las cualidades de bondad, amor e inteligencia de su
fuente divina, Dios; que estas cualidades están siempre presentes y son
permanentes; que son las fuerzas espirituales invariables que constituyen la
identidad consciente del hombre creado a la imagen y semejanza de Dios.
Aprendió que en esta semejanza no hay frustración, inseguridad ni complejos de
inferioridad, que no existen las comparaciones humanas — ¡que no hay fracaso!
Comprendió que podía confiar en que la Mente divina le daría las ideas justas e
inteligentes en el momento necesario y que lo mantendría confiado y sereno.
Cuando se presentó de nuevo a rendir el examen lo pasó con todo éxito.
Pero lo más importante fue el nuevo sentido que obtuvo de seguridad y satisfacción en la vida, lo cual fue notorio en todo su modo de ser y conducirse. Ya no se sentía ni tímido ni corto de genio, sino confiado y libre. Estaba consciente de su identidad otorgada por Dios y se sentía satisfecho.
La Biblia declara: "Estaré satisfecho
cuando despertare a tu semejanza" (Salmo 17:15). Cuando nos damos cuenta
de que nuestra única identidad emana constantemente de su fuente divina,
podemos despertar a un sentido de abundancia del bien. Podemos dejar de temer
la carencia de cualquier cosa porque la bondad de Dios está constantemente
expresándose como nuestra vida.
Tenemos que confiar en el Amor divino para la
provisión sabia y constante de todo lo que necesitamos. Esto no constituye, sin
embargo, una espera pasiva por algo que ocurra por casualidad, sino que es el
reflejo, o expresión activa, de las cualidades de Dios que aseguran el éxito.
Abandonando el temor a la carencia material, y
confiando en la voluntad de Dios, experimentamos el desarrollo constante del
bien en nuestras vidas. Entonces el hambre espiritual que sentimos se satisface
con la comprensión de Dios y de nuestra verdadera identidad. Y nuestras
necesidades humanas también se satisfacen.
Esto fue demostrado por un hombre que conozco,
el cual, durante años había luchado con
tremendas dificultades para operar una fábrica. Finalmente tuvo que venderla
perdiéndolo todo. Luego, después que todo le falló, buscó ayuda en la Ciencia
Cristiana.
Mi amigo empezó a confiar en el Amor divino
para la provisión de todas sus necesidades. Aprendió a obedecer la voluntad de
Dios, la tierna voluntad del Amor que lo provee todo. Esto alivió la tensión y
desesperación. Aprendió a no temer la pobreza, más también a no tratar de
forzar una demostración financiera.
Entonces, cuando menos lo pensaba, se encontró
con un hombre de negocios que conocía, el cual le informó que la compañía donde
trabajaba quería comprar un terreno que pertenecía a la familia de mi amigo.
Este terreno había estado abandonado por años. La venta se realizó y abrió para
mi amigo un campo de actividad totalmente diferente, el cual resultó en
verdadera prosperidad para él y su familia.
La Biblia promete a todos que "serán
completamente saciados de la rica abundancia de tu Casa; y los harás beber del
río de tus delicias" (Salmo 36:8, según la Versión Moderna de la Biblia).
¿No indicaba con esto el Salmista que al responder a la omnipresencia del bien
que es Dios, el Espíritu, los hombres pueden encontrar en todo momento
exactamente lo que necesitan para satisfacerlos espiritual y humanamente?
Nuestra necesidad es reclamar para nosotros y
para todos, el sentido espiritual e ilimitado del ser que Jesús enseñó y
expresó. Entonces podemos desafiar eficazmente la creencia ignorante de que la
identidad está encerrada en millones de células materiales llamadas cuerpo.
Podemos más y más identificar nuestra individualidad, no como una entidad
temporal y física, sino como una consciencia espiritual, inteligente y llena de
amor.
En la medida en que aceptamos nuestra eterna
identidad creada por Dios, el plan divino entra en nuestro diario vivir y da un
propósito y un nuevo significado a nuestras vidas. El "yo" gobernado
por la voluntad humana es progresivamente reemplazado con la verdadera
identidad gobernada por la voluntad de Dios, el bien. Entonces vemos que el
poder y la voluntad de Dios nos guían a la verdadera satisfacción porque el
verdadero propósito de nuestro ser es expresar a Dios.
Esta entrega de la voluntad humana y personal
al gobierno de la gran sabiduría y amor de Dios trae satisfacción verdadera a
nuestras vidas. Como lo dicen las palabras de un poema de Mrs. Eddy:
¡Quien hace aquí Su voluntad
saciado es!
[1970-1971.]
INICIO INDICE DE LAS CONFERENCIAS