por Catherine H. Anwandter, C.S.B., de Santiago, Chile
Miembro del Cuerpo de Conferenciantes de La Iglesia
Madre,
La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts, E.U.A.
La conferenciante dijo básicamente lo siguiente:
Es posible que algunos de ustedes hayan concurrido a Exposiciones Mundiales en las cuales los avanzados inventos tecnológicos pronostican el mundo maravilloso del mañana, donde todo será resuelto por la tecnología.
Sin embargo, ¿no les parece extraño que en épocas recientes nuestra confianza en ese mundo nuevo de la creación tecnológica se haya debilitado debido a las dificultades mismas que ha producido la tecnología la contaminación de la atmósfera y del agua, los experimentos en genética, y el ruido insoportable de los aviones supersónicos?
Hoy día la gente se pregunta si la tecnología humana es, en realidad, la solución final para todos nuestros problemas. Mucha gente trata de vivir en el campo, alejándose del centro de las ciudades para ponerse en contacto con la naturaleza.
¿No indica esto, entonces, la necesidad de llegar a saber lo que es realmente la ciencia? Porque sólo por medio de una nueva comprensión de la ciencia podemos responder a las preguntas que la tecnología ha sacado a luz: ¿qué es el hombre? ¿por qué está aquí? ¿cuál es su propósito?
Por supuesto que no hay duda respecto al formidable progreso y a los muy notables cambios que la tecnología está produciendo, basta pensar en las computadoras, los viajes espaciales y las posibilidades de una producción ilimitada para ver este progreso. Sin embargo, estos cambios también ocasionan disturbios sociales, un trastorno en el pensamiento individual y colectivo. Este trastorno es notorio en las divisiones que se producen entre gente de diferentes ideologías políticas, niveles sociales distintos, razas y creencias religiosas diversas. Oímos hablar de la diferencia entre la generación actual y la anterior, de las diferencias sociales, económicas, políticas, culturales y educacionales.
La gente protesta contra las normas establecidas por la sociedad, protesta contra la guerra, la contaminación y la discriminación racial. Se producen manifestaciones, huelgas y motines y revoluciones. Todos están en procura de respuestas, de justicia, de soluciones a los problemas de la comunidad, de las ciudades, de los grupos minoritarios y de los problemas personales.
El Dr. Seaborg, Presidente de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos, ofrece una perspectiva alentadora acerca de esta situación. Dice:
"Lo que presenciamos en la actualidad no es un pronóstico fatal, sino los dolores de alumbramiento de un mundo nuevo. El hombre está entrando en un período de formidable madurez. . . un período de transición del hombre de la tribu hacia una humanidad verdaderamente orgánica en la cual podremos vivir en mutua armonía y en equilibrio con nuestro ambiente universal".
Vemos, entonces, que este mundo nuevo demanda un nuevo concepto acerca del hombre — un concepto científico acerca de él, que nos unirá y nos sacará de la pobreza arcaica, de la ignorancia, la enfermedad y el odio para llevarnos a la libertad y al dominio. Nuestra urgente necesidad es comprender nuestros enormes valores potenciales para poder enfrentar los cambios venideros sin temor, con comprensión y adaptabilidad.
El desafío consiste en saber cómo pensar, cómo obtener un claro sentido de lo que es realmente el hombre. Tenemos que cultivar en nosotros mismos y en los demás el bien fundamental inherente a todos. Debemos unirnos, ayudarnos y consolarnos mutuamente para fortalecer los vínculos de hermandad, en lugar de intensificar las diferencias, los malentendidos y la incompatibilidad de los seres humanos. Para obtener el nuevo concepto del hombre debemos lograr un concepto de lo que es realmente el hombre, y de lo que realmente puede ser.
Durante una comida ofrecida en Nueva York, le preguntaron al astronauta Edgar Mitchell, en qué había pensado durante el viaje de aproximadamente cuatrocientos mil kilómetros a la luna, y especialmente, qué había sentido respecto al peligro que el viaje entrañaba. Su respuesta mostró una profunda percepción espiritual respecto a lo que el hombre es en realidad:
"Es mi concepto del hombre verdadero lo que me da la tranquilidad de espíritu y el valor para ir a la luna sin temor. El hombre verdadero no es la forma humana que se sienta en esta silla. Lo que vemos es solamente la representación material. Por el contrario, el hombre verdadero es la entidad constante que se esfuerza por ser la esencia de todo lo que es bueno, el espíritu que aspira, aunque vacilante, a conseguir una perfección desinteresada. Esta esencia es eterna. No tiene comienzo ni fin, no depende de formas materiales".
Concuerdo con el astronauta en que no son los elementos físicos y personales los que constituyen el hombre verdadero. El hombre no puede ser definido por puntos de vista políticos o personales, sino por valores espirituales. Buena voluntad, amor, justicia, simpatía y sabiduría, una bondad sincera y capacidad — éstos son algunos de los valores espirituales que definen realmente al hombre. Demostrar cualidades como éstas nos brinda libertad, salud y felicidad. De hecho, son las cualidades espirituales las que constituyen nuestro ser verdadero.
El problema hoy en día es que la gente todavía se identifica según el concepto material del hombre en lugar de hacerlo según el concepto espiritual. La idea general que la gente tiene del hombre concuerda más o menos con la alegoría bíblica de Adán como el primer hombre, hecho de barro y animado por el soplo de Dios. Esta alegoría continúa describiendo a Adán como desobedeciendo a la voz de la sabiduría. Escuchando las insinuaciones del mal, cuyos susurros implantaron en su pensamiento un concepto dualista del ser. Por "dualista" quiero decir la manera en que la gente piensa de sí misma como si fueran espirituales y materiales, buenos y malos, como si vivieran en un mundo en que tuvieran que seguir en esta lucha interminable entre dos poderos opuestos: la vida y la muerte, el bien y el mal, el espíritu y la materia.
El concepto adámico cree que el hombre es material, y basa todas las deducciones y conclusiones lógicas en la aparente realidad de la materia. No obstante, hoy en día estamos aprendiendo que este concepto es falso; es por cierto, la base de todo pecado, sufrimiento, restricción y temor humano. Cristo Jesús probó esto de la manera más definitiva. Apartó el pensamiento del mundo de pesares y fracasos desalentadores, fracasos ocasionados por creer que el hombre es material y, de esta base, tratando de hacer de él un mortal mejor mas siempre volviendo a caer en el pecado. Pero Jesús introdujo un nuevo concepto del hombre radicalmente diferente del antiguo. Introdujo un concepto dinámico del bien que expresa directamente el espíritu de Dios. Cristo Jesús vivió y explicó la comprensión espiritual del hombre como Hijo de Dios — una comprensión que libera totalmente de la discordancia y del sufrimiento y hasta de la muerte. Este nuevo concepto — este Cristo, la Verdad, deriva del Espíritu, Dios, el eterno poder de la Vida y el Amor. San Pablo escribe: "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (I Corintios 15:22). El hombre viejo, el concepto adámico, presenta la debilidad y los fracasos del materialismo — del pecado y del egoísmo, del temor y la desobediencia y de la labor infructuosa. El nuevo hombre en Cristo se caracteriza por el amor, el desarrollo del bien, y por estar consciente del poder espiritual.
Es de esperar que esta época haya alcanzado suficiente iluminación espiritual para obedecer el llamado que hace San Pablo a la humanidad para despojarse "del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos" y revestirse "del nuevo hombre, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Efesios 4:22-24).
¿Cómo es este nuevo hombre en el Cristo? Jesús explicó que es la Verdad que viene a mostrarnos nuestra identidad espiritual.
El nuevo hombre en Cristo es la comprensión consciente de la unidad del hombre con Dios como el río es uno con su fuente. Este sentido consciente de unidad con Dios permite que el poder del Espíritu divino fluya en nuestras vidas. Las cualidades espirituales de Dios son corrientes de agua de vida en nuestra consciencia. El amor, la paz, y el regocijo de Dios nos purifican y alivian de la dureza y egoísmo del pensamiento material. Barren con el prejuicio, el orgullo y el odio. La acción del Cristo, la comprensión de nuestra unidad con Dios, sana, bendice y consuela. El Cristo es la presencia viva de Dios en todos los hombres, sacando a luz la salud, la perfección y la belleza de nuestro ser.
Si llegáramos a pensar: "Pero el concepto material — el concepto antiguo de Adán — me parece tan real, ¿cómo puedo pensar de mi mismo en el Cristo, como el nuevo hombre?", quizás recordemos cómo expresaba Jesús al Cristo hablando con ternura a las multitudes, diciéndoles: "Vosotros sois la sal de la tierra. . . Vosotros sois la luz del mundo" (Mateo 5:13, 14). Jesús siempre estaba sacando a luz en los demás el Cristo, la Verdad, que él mismo vivía tan plenamente.
Recordemos de qué manera los alentaba y los sanaba diciendo: "¡Tened ánimo. . . no temáis!". "La paz os dejo, mi paz os doy. . . No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo . . . Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho . . . Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido" (Mateo 14:27, Juan 14:27, Juan 15:7, 11).
Y así podrán ustedes sentir que el Cristo es la Verdad divina de su ser que llena su pensamiento con dulzura, paz y pureza desinteresada. Es la luz espiritual que nos cura de la ceguera — la ceguera que se aferra al mal, que odia, teme, lucha y pelea. El Cristo es la voz de Dios en nuestros pensamientos llamándonos a la paz, para luego llenarnos de amor y luz y de todo lo que es bueno.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana*, en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, escribe sobre el Cristo de una manera llena de inspiración. Dice: "Este Cristo o esta divinidad del hombre Jesús era su naturaleza divina, la santidad que le animaba" (pág. 26). Y define más adelante al Cristo como "La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado" (pág. 583). De modo que es el Cristo en nosotros el que nos sana, porque el Cristo es la plenitud y perfección espiritual de nuestro ser que se expresa en salud, libertad y regocijo, y en la tierna comprensión de que ésta es la verdad para todos los hombres.
Jesús vivió este Cristo, la Verdad, mejor que ningún otro hombre que jamás pisara la tierra. Jesús reveló la plenitud de valores potenciales en el hombre como la expresión de todas las cualidades divinas, dirigiendo constantemente los pensamientos de sus seguidores hacia Dios, su Padre celestial, como la fuente de su ser. Jesús declaró: "Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí. . . el Padre que mora en mí, él hace las obras" (Juan 14:11, 10).
En la Christian Science (que quiere decir Ciencia Cristiana y es el nombre que Mrs. Eddy dio a su descubrimiento) aprendemos a pensar respecto a Dios, el Padre, como nuestra fuente o Principio divino, como la Mente, el Espíritu, la Vida y el Amor infinitos y supremos. Como dice el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: "Debiera entenderse claramente que todos los hombres tienen una misma Mente, un Dios y Padre, una Vida, Verdad y Amor" (pág. 467).
Tomemos uno de estos sinónimos de Dios y veamos cómo amplía nuestro concepto espiritual del hombre. Por ejemplo, la definición de Dios, como Mente infinita y divina. Al reclamar y vivir conscientemente nuestra unidad con Dios, podemos comenzar a expresar mejor las aptitudes infinitas de Dios como Mente divina.
La Mente divina imparte al hombre inteligencia, sabiduría, comprensión y agudeza constantes. Algunos pensadores y filósofos modernos han hecho referencia a esto: a la infinitud de la Mente en el hombre. Por ejemplo, William James, uno de los eminentes filósofos de los Estados Unidos, consideró como uno de sus descubrimientos más importantes, el hecho de que el individuo medio estaba utilizando sólo una pequeña parte de todo su potencial, quizás nada más que un 10 por ciento. Dice:
"La mayoría de la gente vive, sea física, intelectual o moralmente, en un círculo muy restringido de su ser potencial. Utilizan una porción muy pequeña de lo que es capaz su estado consciente y de los recursos de su alma en general, en forma parecida al hombre que, de todo su organismo físico, adquiriera el hábito de utilizar y mover solamente su dedo meñique..."
Se dice que un científico soviético, Iván Yefremov, se refiere a este mismo punto, diciendo:
"El hombre, bajo circunstancias normales de trabajo y de vida, utiliza solamente una pequeña parte de su capacidad mental. Si pudiéramos forzar nuestro cerebro a que trabajara solamente a la mitad de su capacidad, podríamos sin la menor dificultad aprender cuarenta idiomas, memorizar la extensa Enciclopedia Soviética de principio, a fin, y cumplir con las asignaturas requeridas por docenas de universidades".
Por supuesto, ambos hombres están hablando desde el punto de vista humano. Elevándonos aún más y observando al hombre desde el punto de vista divino, vemos que la capacidad de pensar y de expresarse inteligentemente, es una capacidad espiritualmente mental inherente a todo individuo. Por lo tanto, no tenemos ningún derecho a contemplarnos ni a nosotros ni a los demás como si careciéramos de potencial.
A medida que aplicamos nuestra comprensión acerca de Dios y del hombre a toda situación humana, traemos progresivamente más armonía a nuestra experiencia. También podemos hacer que esta comprensión influya cada vez más en el mundo que nos rodea, para ayudar a aquellos que están en dificultades y para aliviar las situaciones aflictivas.
Esta comprensión espiritual es profundamente religiosa. Deriva de la relación primordial entre Dios y el hombre — Dios como el Principio divino, y el hombre como la expresión de este Principio. No tiene nada que ver con el ritualismo o la ceremonia; es un compromiso de expresar el Cristo, la Verdad, en nuestras vidas como nuestra primera obligación para con nosotros mismos y para con nuestro prójimo.
El Cristo, expresado por el hombre en forma individual, reemplaza los errores del ánimo materialista — la debilidad y los fracasos del viejo hombre, Adán — con las cualidades de la Mente divina, Dios. La naturaleza a semejanza del Cristo reemplaza las falsas características, como el enojo, la violencia, el odio, y la envida, con las cualidades divinas como el amor, la justicia, la generosidad y el aprecio del bien.
El concepto del hombre según el Cristo, progresivamente excluye el temor, la enfermedad y el sufrimiento de nuestra vida individual y une a todos los hombres en un sentido consciente de poder y libertad. La ternura de vuestro amor sin temor, a la manera del Cristo, eleva al caído, trae consuelo al afligido, y fortaleza y valor moral a quienes lo necesitan. El espíritu que manifestamos de sincero afecto y buena voluntad puede curar los problemas causados por el prejuicio racial y las diferencias de clases. La comprensión de la naturaleza espiritual de todos los hombres abrirá la puerta hacia nuevas posibilidades de la justicia social.
De esta manera, la igualdad y dignidad del hombre se manifiestan en la vida de cada ser, individualmente, sin altiva condescendencia, sino sólo con amor y respeto mutuos basados en la percepción y aceptación de la verdad espiritual del ser uniendo a todos los hombres en Dios.
Esto fue ilustrado por la curación física de una señora a quien conozco. Se produjo cuando ella reconoció la verdad espiritual de su propio ser y de los demás.
Esta mujer padecía de una afección al pulmón que le ocasionaba pérdida de peso y la hacía sentirse terriblemente débil. Fue a ver a una practicista de la Ciencia Cristiana es decir, una persona que se dedica a ayudar a otros por medio de la comprensión devota de la Ciencia Cristiana. La paciente le informó a esta practicista acerca de su enfermedad, la que había sido recientemente diagnosticada por los médicos como tuberculosis.
La practicista se sintió guiada a preguntarle por su familia. Y entonces la mujer comenzó a contarle la difícil situación familiar por la que atravesaba. Su marido se había vuelto muy exigente con los niños, y la atormentaba la división entre su marido y los niños. Constantemente trataba de mantener la paz entre ellos, poniéndose a veces del lado de su marido, y otras veces abogando por sus hijos. De este modo la vida se le había hecho insoportable.
La practicista de inmediato vio que lo que la estaba enfermando era su actitud mental respecto a esta situación, y le explicó cómo podía encarar este problema por medio de la Ciencia Cristiana. Ante todo, le pidió a la mujer que no pensara acerca de sí misma como una persona infeliz que trataba de mantener la paz, sino como la hija bendita de Dios, como la expresión consciente del poder y de la paz del Espíritu divino, de la Mente divina, del Amor divino.
Pensando así de sí misma, podría amar a su prójimo como a sí misma. Podría reconocer el bien, todo lo que era espiritual respecto a su marido y a sus hijos.
La practicista le pidió que no pensara de sí misma como si fuera un mortal abofeteado por el mal, o como la víctima de la voluntad de otra persona, sino como la expresión individual y consciente de Dios. Aprendió a no tomar partido por ninguno, sino a mantener en su pensamiento una sensación de unidad con Dios. Se esforzó por ser una ley para sí misma y para todos los que la rodeaban aceptando como su estado consciente, solamente pensamientos espirituales que Dios le brindaba, y desechando los malos pensamientos causantes de todo el problema. Al cabo de una semana, esta mujer recuperó todo el peso que había perdido. Se la veía tan bien, que sus amigos la paraban en la calle y le preguntaban qué había hecho para recuperar su salud tan rápidamente. Nunca más sufrió los síntomas de esa enfermedad. Se había despojado literalmente del hombre viejo y se revistió del nuevo hombre por medio de la aplicación de la comprensión del Cristo en la Ciencia Cristiana.
Una vez que comenzamos a comprender al nuevo hombre como la verdad eterna y espiritual de nuestro ser, ¿cómo podemos utilizar esta verdad para beneficiamos a nosotros mismos y a otros, con mayor plenitud? Bien, todos podemos contemplar al Cristo, la Verdad, en cada uno, en lugar de contemplar el aspecto personal que la gente presenta. Al ver a cada uno como un ser espiritual, como la expresión de Dios, podemos eliminar el prejuicio, el odio o la antipatía, y todos los puntos de vista preconcebidos y estereotipados. Podemos librarnos del temor al mal, de las creencias y cuadros de enfermedades y así podemos curar la enfermedad física.
Podemos estar conscientes de nuestro propio ser otorgado por Dios e incluir a nuestro prójimo en la comprensión de nuestra unidad con Dios. Ésta es la base para comprender la verdadera hermandad del hombre y para curar en nuestro pensamiento y en nuestra conducta todo vestigio de racismo y de prejuicio de clases.
Mary Baker Eddy escribe: "Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo" (págs. 476, 477).
El punto de partida es procurar una comprensión más profunda de lo que es Dios y de nuestra relación con Él. La Biblia dice: "Traba amistad con él, te lo ruego, y está en paz con él" (Job 22:21). Debemos tener una confianza sencilla en Dios como Amor, como el bien siempre presente, como nuestro Padre espiritual. A medida que meditamos en la naturaleza de Dios y reclamamos nuestra unidad con Él, aprendemos a expresar las cualidades que manifiestan al Cristo, la Verdad, en nuestra vida. Estas cualidades son las fuerzas espirituales que contrarrestan y destruyen las falsas apariencias del mal, por muy reales que puedan parecer.
Podemos aplicar esto a cualquier situación. Por ejemplo, hace un momento hablé de las diversas diferencias que nos separan unos de otros. Consideremos la diferencia entre las generaciones. ¿Se han puesto a pensar alguna vez qué es lo que causa este distanciamiento entre dos generaciones? Es algo que ha existido en todas las generaciones, pero que en la actualidad se le ha dado más atención y más publicidad.
Por un lado, esta diferencia puede causarla el que la generación pasada le de demasiada importancia a su propio trabajo e intereses, en guardar las apariencias sin realmente interesarles los sentimientos y problemas de la generación más joven. Por otra parte, los jóvenes quizás estén dejando que la rebeldía, la crítica destructiva, la desobediencia, el resentimiento, y la obstinación dominen su actitud y comportamiento.
En la Ciencia Cristiana sabemos que el amor, la madurez espiritual y la experiencia de los mayores pueden armonizar con la alegría, la vivacidad y el dinamismo de los jóvenes y así bendecirse y enriquecerse recíprocamente. El Cristo unifica a los hombres de todas edades en la verdad espiritual que no es ni joven ni vieja.
El egoísmo y la obstinación del pensamiento humano divide a la gente. La diferencia la produce la manera incorrecta de pensar, los pensamientos derivados de una supuesta mente separada de Dios, una mente egoísta, injusta, cruel y obstinada.
Esta mente maligna se denomina en la Ciencia Cristiana "mente mortal". Y mientras más lucha la mente mortal contra los errores de su propia concepción, tanto más profunda es la confusión y peores son los sufrimientos e infelicidad que causa. Como cuando la gente piensa encontrar en las drogas el remedio para liberarse del concepto mortal que tienen acerca de ellos mismos. Esto no puede liberarlos sino que sólo los enreda en un sufrimiento más profundo. Son atrapados en la telaraña del materialismo y tienen que liberarse comprendiendo que ellos son ideas espirituales que expresan la inteligencia, el amor y el gozo de Dios.
Conozco a una jovencita, casi por terminar sus estudios secundarios, que no podía llevarse bien con sus padres. Se sentía tan desdichada que pensó en irse de su casa. Un joven amigo que la pretendía, conociendo sus intenciones y sabiendo de su desesperación, le sugirió que hablara con una practicista de la Ciencia Cristiana y que le pidiera ayuda.
La joven lo hizo. Y comenzó a aprender acerca de su verdadera identidad espiritual como hija de Dios. Aprendió a expresar más amor y amabilidad, a ser más agradecida, a apreciar más su hogar, a sentir la perfección de su ser como la expresión espiritual de Dios allí mismo donde se encontraba, a saber que Dios cuidaba de ella.
Todo el concepto que tenía de la vida comenzó a cambiar. Muy pronto abandonó toda idea de alejarse de su hogar. Las tirantes y desdichadas relaciones con su familia fueron sanadas. El pensamiento iluminado a la semejanza del Cristo, por parte de la joven, le permitió hallar y expresar el bien.
Una curación de esta naturaleza indica que la necesidad fundamental no es cambiar las condiciones materiales, sino traer a nuestro pensamiento y a nuestra vida valores espirituales y eliminar así las barreras que nos dividen a unos de otros.
Esta experiencia también ilustra de qué manera la acción del Cristo, la Verdad, como el poder siempre presente de Dios, trae a nuestra vida el bien específico que cada uno necesita. Esta acción del Cristo no es casual. Opera como ley científicamente espiritual. La ley de Dios — el Amor de Dios — que nunca está ausente ni es abstracta, se expresa en la manifestación que satisface la necesidad humana.
Vemos entonces que todos nosotros, reconociendo nuestra unidad con nuestro Principio divino, Dios, tenemos el mismo derecho al bien. Este Principio produce la manifestación del bien que cada uno necesita. El comprender esta ley puede unir cualquier distancia que divida a los hombres y a los pueblos.
La clasificación humana de mortales como ricos y pobres, adinerados o menesterosos, no es un decreto divino. Por lo tanto, puede anularse al comprender la eterna provisión de bien que Dios dispone para todos los hombres.
La creencia cruel de pobreza se basa en el materialismo. La liberación de ambos, puede obtenerse comprendiendo la verdad espiritual del ser del hombre, como la manifestación de la infinitud de Dios, el bien. El materialismo incluye en sí los estados de limitación, carencia e insuficiencia. La comprensión espiritual abre las puertas al desarrollo de infinitos recursos espirituales — inteligencia, amor, y actividad fructífera, lo que resulta en provisión ilimitada. Revela a Dios como nuestro Principio divino inmutable, proveyendo todo bien para todos.
Todos necesitamos vivir en más estrecha unidad con Dios para ser un reflejo más claro de Su ser. Entonces el sagrado concepto del amor de Dios envolviendo el universo y el hombre, trae a nuestra experiencia la manifestación del bien.
Veamos cómo demostraba Jesús la ley espiritual: Nuestro Maestro, el cristiano por excelencia, siempre estaba consciente del poder gobernador de Dios que todo produce y que provee todo bien para el hombre y para toda la creación. Jesús demostró esta verdad a orillas del Lago de Genesaret. Luego de predicar desde una barca en la orilla del lago, Jesús le dijo a Pedro que bogara mar adentro y que soltara sus redes. La certeza con que hablaba y actuaba Jesús indicaba el poder consciente que la comprensión espiritual otorga al hombre.
Pedro había estado pescando durante toda la noche. Como ocupación humana, esta actividad estaba sujeta a las creencias de incertidumbre y fracaso. Pedro le dijo a Jesús: "Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaremos la red". El relato bíblico continúa así: "Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas. . . Simón Pedro, pues, viendo esto, cayó a los pies de Jesús. . . Pues asombro se había apoderado de él, y de todos lo que con él estaban" (Lucas 5:5-9, Versión Moderna).
¿Qué pudo haber predicado Jesús cuando enseñaba a la gente y le dijo a Pedro que bogara mar adentro y que echara las redes? Quizás estaba preparando el pensamiento de Pedro para usar la ley divina — no sólo para comprenderla teóricamente, sino para demostrarla. El resultado, por cierto, demostró que, cuando comprendemos la ley de la omnipresencia de Dios, siempre podemos hallar la manifestación del bien para satisfacer nuestra necesidad. Quizás recuerden cómo en otra ocasión, Jesús partió los panes y los peces multiplicándolos entre las multitudes, demostrando esta misma ley de la infinitud de la provisión de Dios y cómo se manifiesta en la experiencia humana para todos los hombres.
El poder espiritual de la ley divina, operando en la vida del hombre, no es una aparición milagrosa para bendecir a unos pocos favorecidos o para recompensar a alguno por haber hecho una buena obra. Es la ley universal del bien que está a disposición de todos en cualquier momento. La comprensión de esta ley nos capacita para adaptarnos sin temor a los cambios que puedan presentarse en nuestra experiencia humana. Lo que necesitamos es reconocer que nuestra naturaleza es totalmente espiritual, y por tanto, gobernada por la ley espiritual.
He visto operar esta ley en el caso de un hombre que había invertido todo su capital en un edificio que alquiló para pequeñas industrias. Una de estas fábricas pertenecía a una persona cuyos negocios iban mal, y que prendió fuego al local para cobrar el seguro.
En las primeras horas de la mañana, un vecino le avisó al dueño que el edificio estaba en llamas. El dueño pidió ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana.
Durante la noche había habido mucho viento, pero después que la practicista comenzó a orar científicamente, el viento cesó. El fuego fue extinguido, causando muy pocos daños. El inquilino estaba tan molesto de que el fuego hubiera sido extinguido que destruyó de propósito todo lo que pudo en el interior del edificio — las cañerías, la instalación eléctrica, las paredes interiores — y luego huyó.
El dueño tuvo que enfrentar una situación de lo más difícil. Pero con la ayuda de la practicista confió en la divina ley espiritual del bien para que gobernara la situación, a pesar de la evidencia material. En pocos días un vecino visitó al dueño, diciéndole que deseaba comprarle toda la propiedad porque la necesitaba para ampliar su negocio.
Le pagó un precio que cubrió la inversión total. De esta manera desapareció el rencor, se compensó la destrucción, y la sensación de pérdida terminó. La ley del Espíritu se había expresado de una manera específica para satisfacer la necesidad humana del propietario.
La comprensión de la ley del Principio divino, Dios, siempre en operación, como la fuente de provisión para todos los hombres, elimina las barreras económicas entre los hombres y presenta nuevas posibilidades para que todos los hombres tengan acceso a la infinitud del bien que es el poder de Dios en nuestras vidas.
Qué diferente sería si dirigiéramos nuestros pensamientos a este poder de Dios antes de emprender nuestra diaria ocupación, o al pensar en la situación del mundo actual. Consideren el posible efecto que tendría en la solución de nuestros problemas de contaminación del agua y del aire, o en la necesidad de reconstruir nuestras ciudades y hacerlas habitables para todos. Emprenderíamos nuestros asuntos cotidianos sabiendo que la Mente divina siempre está activa en la experiencia del hombre y que le da la habilidad, la inteligencia y los medios con los cuales satisfacer las necesidades humanas.
Mrs. Eddy escribe: "¡Qué herencia gloriosa nos es dada por medio de la comprensión del Amor omnipresente!" (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos, pág. 307.)
Mary Baker Eddy demostró el poder sanador del Cristo, la Verdad, en innumerables ocasiones. Por ejemplo, durante un injusto litigio iniciado contra ella cuando tenía 87 años de edad. Se alegaba que Mrs. Eddy estaba decrépita y que era incapaz de conducir sus propios asuntos. Muchos periódicos enviaron corresponsales a su domicilio. El principal de ellos, representaba un importante diario de Nueva York. Este hombre estaba padeciendo una grave dolencia en la garganta y había perdido totalmente la voz.
Mrs. Eddy le dio instrucciones a un Científico Cristiano de su confianza, Irving C. Tomlinson, para que llamara a los periodistas por teléfono y les informara que le era imposible atenderlos. Pero le dio instrucciones especiales al Sr. Tomlinson de que pidiera hablar con el jefe del grupo.
El Sr. Tomlinson así lo hizo, pero le dijeron que el jefe del grupo no podía venir al teléfono y que, aunque pudiera venir, no podría hablar. No obstante, obedeciendo las instrucciones de Mrs. Eddy, el Sr. Tomlinson insistió en que el jefe viniera al teléfono, pues, aunque no pudiese hablar, sí podría escuchar. El hombre acudió al teléfono furioso. Escuchó por algún rato. Nadie en la sala pudo oír lo que se le decía, pero cuando se alejó del teléfono podía hablar perfectamente. Había sanado por completo.
Esta transformación produjo una gran conmoción. La total actitud de este grupo de hombres se invirtió por esta curación, que tuvo lugar frente a sus propios ojos. Hicieron sus maletas y se fueron.
Pero esto no fue sino una contingencia del juicio que siguió su curso. Mrs. Eddy reconocía tan absolutamente que su vida expresaba la sempiterna inteligencia y capacidad — que nunca envejecen — de la Mente divina, que encaró con éxito las penetrantes preguntas de su interrogador. Expresó claridad de pensamiento y demostró precisión de discernimiento en sus asuntos financieros, refutando así las acusaciones falsas, y anulando las intenciones agresivas del litigio.
Mrs. Eddy trabajó para contemplar la verdad espiritual acerca de todos. Y lo hizo manteniendo el Cristo, la Verdad, activamente en la consciencia, y viviéndolo. Trabajó para ver la presencia de Dios expresada en el hombre, y así enseñó a los Científicos Cristianos a amar a todos los hombres como los hijos de Dios. Esta percepción espiritualmente científica es la base para la curación en la Christian Science.
Saca a luz al hombre verdadero como el reflejo espiritual de Dios. Éste es el hombre verdadero, o el "nuevo hombre" al que se refiere San Pablo. En la medida en que reconozcamos y percibamos nuestra espiritualidad, nos liberaremos de la esclavitud de las creencias materiales. Estamos capacitados para hallar la verdad de nuestra identidad verdadera como el nuevo hombre en el Cristo, la Verdad, de nuestro ser.
Mrs. Eddy descubrió la Ciencia Cristiana para bendecir a todos los hombres por igual. En esta Ciencia del Cristo, Mrs. Eddy sacó a luz la idea de que Dios no tenía que ser considerado solamente como Padre, sino también como Madre, haciendo énfasis de esta manera en el tierno y maternal cuidado que Dios tiene para el hombre, para todos los hombres.
La revelación de la perfección de Dios como Padre y Madre implica además la perfección de todos los hombres como la expresión espiritual de Dios — es decir, que ellos incluyen en su consciencia individual la combinación de las cualidades espirituales masculinas y femeninas del Espíritu y el Amor. Todos incluyen la inteligencia y fortaleza y energía activa de Dios como Padre, la Mente y la Vida divinas. Pero todos, además, incluyen la ternura y la compasión y el cuidado constante de Dios como Madre, el Amor divino. Estas cualidades espirituales operan en nuestra consciencia en la medida en que las amamos, las honramos y manifestamos como la esencia misma y la substancia de nuestra vida.
Vemos entonces que la manera para perfeccionar la raza humana no es mediante experimentos en genética, sino por la comprensión y práctica de la completa integridad del hombre mediante el pensamiento metafísico y científico demostrado por Jesús.
Vivimos en una nueva era, la era del Espíritu, con el Cristo como el modelo de una nueva humanidad. No debemos permitir que el concepto adámico del hombre — el viejo concepto material — se sobreponga y deforme la idea-Cristo, el nuevo hombre, o el concepto espiritual expresado por Jesús, como la imagen y semejanza de Dios. Por ser infinito, Dios es expresado por el hombre individual en aspectos originales de Su amor, inteligencia y bondad. Esto le da a cada hombre su propia individualidad espiritual y lo provee de inagotables aptitudes de la Mente divina, Dios, las cuales constituyen su potencial verdadero.
Viviendo el Cristo, la Verdad, en nuestra propia vida, podemos amar y respetar a nuestro prójimo, y así curar progresivamente todo racismo, prejuicio y odio; y traer la justicia social y el bienestar a todos los hombres.
Este concepto científico del hombre revela la verdad eterna de nuestro ser espiritual que Jesús vivió y enseñó. Este Cristo, la Verdad, nos capacita para mantenernos como una torre de fortaleza espiritual, de amor y de bien universal.
El Cristo, la Verdad, de nuestro ser, trasciende toda corporeidad y debilidad humana con la claridad y la autoridad del Principio, la Vida y el Amor divino.
Comprendiendo nuestra unidad con Dios no medimos nuestra capacidad mental sólo por lo que hemos aprendido, sino por la capacidad infinita de la Mente divina. El pensamiento científico y espiritual es la nueva arma que usamos. Y este pensamiento esta equilibrado en el Amor divino, en el Amor que es perfecto.
Este Amor es como la música de las esferas. Penetra nuestro ser en el gozo y belleza del alma, y rodea a todos los hombres en el resplandor del ser espiritual.
Nosotros representamos la naturaleza infinita de Dios en la majestad del hombre. Como dice San Pablo: "Ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28).
Éste es el Nuevo Hombre, el concepto científico, que une a todos los hombres en 1a consciencia eterna del bien.
[1972.]
INICIO INDICE DE LAS CONFERENCIAS